Supieron sobreponerse a la baja en el tramo final de su estrella y a la remontada de los texanos
Decía el ya exjugador José Ángel Antelo, con una notable carrera en la ACB, que el día que se destrozó el Aquiles sintió como un mordisquito en la zona y de hecho se dio la vuelta en pleno partido para ver quién le había dado una patada. Nadie. Este miércoles, durante el tramo final del tercer cuarto del quinto partido de las semifinales del Oeste entre los Warriors y los Rockets, Kevin Durant también miró para comprobar quién le había hecho daño en la misma zona. Nadie, tampoco. Se temió lo peor en el Oracle, porque el Aquiles puede destrozar carreras y porque aparece como si alguien te hiciera algo, pero se produce solo. Afortunadamente, Kevin Durant no se ha roto nada según las primeras exploraciones y su periodo de baja será reducido, una semana se plantea. Nada tremendo si del curso normal de una temporada habláramos, pero hay lesiones de corta recuperación que en ciertos contextos se convierten en un problema.
Los Warriors deben sonreír porque su estrella no tiene apenas nada, pero a corto plazo la lesión de Durant puede significar que lo vayan a perder dos o tres partidos. Esto es, lo que resta de la serie ante los Rockets, con todo lo que ello supone. Se les acaba de apagar su faro, su mejor jugador. Las buenas noticias para Golden State están en el salto adelante del resto del equipo cuando KD cayó en desgracia. Ahí estuvo la victoria (104-99), ahí estuvo el 3-2 en la eliminatoria. El viernes, Game 6 en Houston. Todo recuerda, pero al revés, en cierta manera a las Finales del Oeste de 2018, cuando Houston se puso 3-2 en el Game 5 pero perdió a Chris Paul por lesión. Y se dejó el sexto duelo en Oakland y el séptimo en casa.
Se asoma Curry
Cada vez, más casi nada es lo que parece y deberíamos acostumbrarnos a no tomar nada por sentado. La Champions League y sus semifinales, las dos, nos han demostrado que en el deporte no hay nada garantizado por muy bien que lo hayas hecho antes. Que se lo digan al Barcelona o al Ajax. O que se lo digan hoy a los Warriors, felices en el primer cuarto (31-17) y felices al descanso (57-43). Pero el costalazo puede venir cuando menos lo aguardes, cuando creas que la orilla está ahí, a dos brazadas más, suaves. Porque entonces irrumpe Houston, te hace un cuarto del demonio para tus intereses (15-29) y te empata el partido a falta de un cuarto (72-72). Y sin Kevin Durant, en el vestuario.
Entonces apareció Stephen Curry, al que demasiados se afanan en decir que no es un líder, que no se asoma en los momentos claves, que menuda suerte tiene de rodearse de estrellas en Golden State. Como si eso fuera su culpa, como si tuviera culpa de ello. Curry estaba haciendo la peor noche de su existencia en duelos de altura, 6 puntos llevaba cuando se lesionó Durant. Desde ese momento sumó 19, elevó a los suyos a otra dimensión y terminó como el héroe de la noche. Aunque no fue el único.
La personalidad de los Warriors
A dos cosas se tuvieron que sobreponer los de Steve Kerr: la lesión de KD y la remontada de Houston. Incluso así, dieron un salto adelante memorable en el último asalto, contuvieron los nervios, aprendieron a jugar sin Durant, no les quedaba otro remedio. Mención especial a Kevon Looney, capaz de integrarse en el quinteto de la muerte, que ya era menos mortal con la salida de Durant. Su trabajo, su entrega, su último balón para cerrar la velada ilustran el esfuerzo de un secundario del que Kerr no se quiere separar.
Houston, sin jugar necesariamente bien, estaba ante la oportunidad de su vida. Poner el 2-3, poder sentenciar en casa el viernes. ¿Vértigo? Quién sabe. Lo que está claro es que van a tener más oportunidades, pensemos quizá si no tan notables como esta. Lo dicho, es todo tan imprevisible.
Con Eric Gordon sosteniendo a Houston en el tramo final, James Harden (31 puntos) algo menos activo en cuanto a buscar la bola para mirar el aro y Chris Paul en malos porcentajes, los de Mike D’Antoni —en el día de su cumpleaños — no acabaron de rematar al rival pero no acabaron de irse tampoco del choque. Una falta en ataque de Chris Paul con 91-88 a tres minutos y medio del bocinazo doblaba las esperanzas visitantes. Pero entonces Draymond Green, con Paul en el suelo, le dejó un recadito con la pierna. El árbitro lo vio. Técnica. Green hizo 8 puntos, 12 rebotes y 11 asistencias. Y fue capaz de dar media victoria a Golden State poco después, con un triple feroz para el 94-89. Acabó eliminado por faltas y los Warriors con Shaun Livingston, maltrecho de la cadera, y Looney en pista para el minuto final. Del quinteto de la muerte quedaba Curry, Andre Iguodala, tocado de la rodilla, y Klay Thompson. Iguodala sacó alguna falta importante, Curry, ya saben, algún triple esencial y algún rebote ofensivo vital. Y Thompson, 27 puntos, colocó con una diana de tres el doloroso 97-89 que dejó medio fuera de todo a Houston.
Pero como nada es lo que parece, tampoco eso supuso que los Warriors fueran a tener paz. Debieron pelear hasta el último segundo, por la combinación de errores suyos y aciertos del enemigo. Con 102-99 perdió la pelota Golden State, o eso parecía. Quedaban apenas segundos, una última posesión quizá para los Rockets. Espejismo. En el revoloteo que hubo por el esférico sobre el parqué del futuramente extinto Oracle Arena, Looney amarró la bola. Y se la dio a Thompson. Canasta. Final. Pero no el final. Ni mucho menos. El viernes, otro relato.